Sin prejuicios


domingo, 11 de octubre de 2009

Del papel al simple humano / La acción más pura


Cuando sonaba a presagio la tarde, en la ventana rezabas por una gota más gruesa que trazara un rumbo sereno. Sabías que la situación era perfecta en el viaje en búsqueda de aquel amor perteneciente a tu alma gemela, pero también conocías la calma entre y antes de la tormenta. No era simple, la electricidad ya acompañaba el ambiente.

Ahora bien has vivido los momentos más cincelantesen en tu tórax y no puedes tomar más que tus brutas metáforas para explicármelos.

No escapaste de la música en tus oídos 24 de las últimas 36 horas. Sin duda marcaban el compás de los acontecimientos, pero por si a caso digamos que bloquearon tu cerebro. Que quizás te equivocaste en tu auto-criticada reducción intervencionista, quizás no. Así y de cualquier forma, el caso es que no pudiste evadir el impulso físico, y no nervioso, que aunque compartía finalidad con tu mente, no se podrían equiparar. En definitiva todo se resume a que cometiste el error de poner la chispa adecuada para que eso ardiera. Lo hiciste, y no te arrepientes.

Seguramente no habrían sido, bajo ningún punto de vista, solo 1 las causas de haberlo hecho. Pero fuera acción razonada, pensamiento elevado, huevos peludos, arrebato asistémico, sabiduría o solamente amor, el hecho es que tu entraña te dictó (quizás con la misma fuerza que te ha dictado declararle amor ) actuar para no perderlo. Sufriste flagelos faciales, que seamos sinceros también te hirieron, pero que para entonces no te restaban huevos para animarte a sentirlos.

Aun humillado por gritos desvocados improcedentes e improducentes, no has de tener el tupé de preocuparte por otra cosa que no sea él. No vas a claudicar en él, nunca lo hiciste y nunca lo harás. ¡No puedes hacerlo! ¡Irías hasta Casanova y la tumba con él! ¿Y aquí te sientas a confesarme que no sabes como seguir? Sin ser petulante, debería mandarte a cagar y que resuelvas tu amistad... como puedas. Pero es que la consigna es tan simple que prefiero ser claro contigo. Cuando uno se quiere jugar la vida debe practicar en eso las mismas conductas que para vivirla:


- NO frenarás ni dudarás; si debes hacerlo, NO claudicaras, nunca.
- Expresarás lo más hermoso que tengas.
- Y vivirás con agrado las penurias que te toquen, porque forman parte de vivirla.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Luis el Exterminador. Capítulo I


Mi nombre es Luis y soy un asesino. Mi paradoja es concreta, para cuando termine mis relatos me encontraran muerto. No obstante he de relatarlos para que puedan conocer mi obra, mis métodos y más importante aun mis motivos.

Mejor seria decir que más que asesino, soy un aniquilador. Sucede que muchas veces no puedo tolerar la ineptitud, la inconsistencia, la inconstancia y muchas otras –in- y –a- que por lo general me presentan las cosas luego de haberles dedicado mi espíritu entero.


Mi primera muerte fue, casualmente, la más desprolija. Déjenme explicarles, sucede que casi siempre la primer aniquilación es puramente incontrolable, no conoce mesura. Uno
se encuentra tan atiborrado de sentimientos que simplemente no puede controlarlos. Dicen que hay 3 causas para cometer un asesinato: 1º pasión, 2º ganancia y 3º compulsión. Ese fue el caso (y lo sería desde entonces), compulsión. Luego uno se vuelve más calculador y metódico, más frío. Mi víctima, mi fiel primer amigo, así es… mi perro. Quizás por ser un animal es que no tuvo consecuencias mayores, ya que realmente fui muy desprolijo.

Los acontecimientos se fueron suscitando de manera pausada pero perseverante. El hecho es que Boby (si, no soy muy creativo con los nombres) llevaba ya 3 meses en casa desde que lo encontré llegando a casa en la puerta dormido. El muy cretino se atrevió a entrar en ese momento conmigo de inmediato. Por suerte yo también siempre fui un cretino, así que en cierto modo me sentí identificado con el perro. A partir de ese momento llevamos casi 2 meses de amor con locura. Debo decir que fue poco el tiempo que nos llevo enamorarnos. Sencillamente llegar a casa era llegar a verlo a él, jamás volví a necesitar nada desde entonces, no por lo menos en 2 meses. Boby era muy divertido y cuando no necesitaba que lo fuera, no lo era. Podíamos jugar horas hasta cansarnos y dormirnos, o bien sentarnos a mirar televisión y dormirnos. Siempre dormíamos juntos. Siempre defendiéndome, al lado mío, pidiendo mimo, cuidándome. En el barrio no era muy distinto, era querido por todos y reconocía a todos, le ladraba a los desconocidos pero saludaba con cariño digamos al diariero. Tenía especial olfato para los vendedores, si alguno osaba acercarse a menos de
5 metros de la puerta no le daban las patas para salir a envestirlo. Por 2 meses no tuve que molestarme en echarlos de mi pórtico…

Eventualmente me tenía que dar cuenta. Me tenía que dar cuenta de lo molesto y enfermo que me ponía su teatralidad. Siempre haciéndose el guardián, ladrando a cualquier estupidez, siempre poniendo carita de tierno para que lo acaricie o le diga algún piropo, todo TEATRO para caerme bien. Un día me harto tanto que le propine una buena patada, me canso el darme cuenta de sus mentiras y lo patee tan fuerte que quebré su pata. ¡El muy desgraciado lloró tanto y puso tal cara de pobrecito que me obligó a llevarlo al veterinario de la mezcla de pena y asco que le tenía! Por suerte pude inventar un historia convincente para los vecinos y mismo el veterinario.


Recapacitando mantuve una conducta mas serena para con él por un par de semanas, pero de abstinencia. Fue bien cuando lo encontré recostado en el jardín, estaba totalmente indefenso, pero tranquilo, como si “supiera que éramos amigos y no le iba a hacer mal”, ¡maldito engreído mentiroso! Entonces cometió el peor de sus errores, se atrevió a menear la cola. Tomé una espátula que utilizaba en la jardinería y lo degollé. Tarde horas en sacar las manchas de sangre de la pared.